miércoles, 24 de agosto de 2016

Desde las alturas...

Viajar es un placer.  Viajar ligero lo es aún más.  Sin embargo, en mi caso personal no me siento muy  cómoda cuando estoy dentro de un avión que zurca el cielo a más de treinta mil pies de altura.  Con el paso del tiempo he tratado de cambiar esta percepción para mirarla ya  no desde el temor sino desde el deleite de apreciar y hasta disfrutar desde las alturas, las espectaculares vistas de lagos cristalinos, ciudades invernales y de rascacielos,  montañas verdes y valles salpicados de colores, volcanes empinados, hermosos amaneceres o incandescentes atardeceres mezclados con un cúmulo de nubes multiformes que danzan al unísono e irrumpen desafiantes a nuestro paso.
Todos estos paisajes son recuerdos que han quedado guardados en mi memoria como sello de hierro candente y algunos otros impresos en fotografías que revelan detalles que el ojo no alcanzó a percibir.  Todos ellos son, sin duda alguna, testigos fieles de un momento perfecto y el recuerdo indeleble que merece ser compartido una y otra vez para así desafiar al implacable tiempo que nos quiere robar la sensación de placer e indescriptible felicidad una vez vivida. 
Lo que vemos desde las alturas es una muestra que antecede el lugar que visitaremos y nos proporciona  con antelación suficiente adrenalina y excitación para continuar el viaje en pos de nuevas aventuras.  Nuestros sentidos están alertas y listos para percibir sensaciones únicas que prevalecerán a lo largo del recorrido causando impresiones tan poderosas que conservaremos en nuestra memoria a lo largo del tiempo o quizás para siempre.
En estos tiempos he aprendido a apreciar todo lo que la vida me ofrece y a no tomar por sentado ninguno de estos extraordinarios escenarios.
"Todos nacimos con alas, pero es nuestra tarea aprender a volar".