Disfruto llegar a una ciudad por primera vez y percibir esas sensaciones únicas que exudan desde diferentes puntos y espacios del lugar. Con relación a San Miguel de Allende el impacto fue inmediato ya que dimos vuelta de súbito en una esquina cualquiera y nos topamos de frente con esas calles estrechas adoquinadas y muros altísimos; edificaciones de ocre con historia tan antiquísima como lo es el mismo México. Esa primera impresión es tan potente que me engancha ó me desliga de manera inmediata.
De arquitectura colonial, este pueblo mágico es adornado por múltiples fachadas de colores cálidos y subyugantes construcciones antiguas de tonos naranja, rojo y amarillo que se engarzan entre sí y le proporcionan una atmósfera cálida y acogedora a cada espacio a mi alrededor. Indudablemente su arquitectura colonial se ve reflejada en la mayoría de sus construcciones y esto es también un punto clave a su favor. Por otro lado, haberla visitado durante las festividades en honor al Día de los Muertos, la impregnó de mucho color, tradición y emotividad.
San Miguel de Allende no es un pueblo grande en extensión, - como lo es por ejemplo Guanajuato -, pero posee tanta magia como personalidad que la hacen única e irrepetible. Es por esto que su fama crece con el tiempo y hace que cada foráneo que la visita se identifique no solo con su pueblo -de gente amable y servicial-, sino con su gastronomía ampliamente reconocida en todo el mundo.
Símbolo de la ciudad y la cereza del pastel es sin duda la Parroquia de San Miguel Arcángel; de fachada de cantera rosa, se puede observar desde cualquier punto del pueblo siendo de noche cuando se ilumina reflejando gran personalidad y una presencia exquisita que le provee el estilo neogótico de su “façade”.
Patrimonio Cultural de la Humanidad, San Miguel de Allende es sin duda un destino que debe de estar en cada lista de "cosas por hacer antes de morir."
La Vida es un Viaje.
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