De mi paso por Barcelona hubo muchas obras arquitectónicas que me impresionaron e hicieron que mi curiosidad por el arquitecto catalán, Antonio Gaudí (de quien nunca había escuchado hablar), aumentara conforme leía sobre su vida y sus obras.
El Cristo del altar de la Sagrada Familia, es una de ellas. Colgando en solitario y bajo el baldaquino de metal dorado en forma de heptágono luce impresionante y único. Vale destacar que este baldoquino (especie de templete que sostiene una cúpula destinada a cobijar el altar central), posee un diámetro de cinco metros, y le cuelgan racimos de uva en vidrio, hojas de parra de cobre y espigas en madera blanca barnizada con clavos y cobre. Todo esto cubierto de pan de oro de 22 quilates.
Y entonces, ahí, lacerante, pende Cristo, obra del escultor Francesc Fajula. Esculpido según diseño que realizó Gaudí al altar de Casa Batlló.
Un espectáculo de formas y color en donde la luz juega un papel primordial. Esa luz que da la más perfecta visión de los cuerpos; la luz mediterránea. Ese ingrediente imprescindible en todas las obras del genio catalán y artífice de un lenguaje arquitectónico único.
Todo aquel que visite la Sagrada Familia, debe detenerse y observar todos y cada uno de estos detalles que caracterizan al Cristo colgante. Estos elementos e imágenes se esculpieron y grabaron en mi corazón de forma indeleble.
"Qué bonito es que el altar esté bajo una parra". Antonio Gaudí.
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