Desde mi ventana he visto el mundo de diferentes formas y colores; y es que la vida me ha llevado a verlo tal cual es, hermoso, duro, vibrante, en movimiento, colorido como los 288 atardeceres que vi desde mi ventana en Santa Fe, ó aquella mañana mágica en que vi caer la nieve desde la cuadriculada y blanca ventana de mi cuarto en Georgetown, cuando desde el bus hacia Ciudad de México la aridez golpeaba mis sentidos sintiendo ese momento perfecto, y aquel árbol de poró el cual me inspiró en todo momento, su silenciosa y humilde grandeza, su fortaleza me acompañó durante aquellos meses de ansiedad brutal.
Desde una ventana se puede ver el mundo tal cual se presenta, la vida en movimiento de aquellos que transitan frente a ella, hojas otoñales que caen al ritmo del viento, edificios altísimos que resguardan una ciudad cosmopolita, el vibrante atardecer ó el tímido amanecer que me dicen que todo está bien, que confíe, que crezca y sobre todo que continúe caminando.
Desde mi ventana la naturaleza exhubetante se cruza con la noche de luna completa, disipan mis miedos y ordenan mi mente ruidosa; acudo ahí porque a través de ella veo atardeceres de tonalidades naranja mezclándose con el violeta intenso, la lluvia pronta a caer y las gotas de rocío deslizándose suavemente a lo largo del frío vidrio.
La vida ha transcurrido desde mi ventana.
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