En mi país le llamamos “Rueda de Chicago” y aún hoy no estoy muy segura del por qué de su nombre; sin embargo, imagino que en Chicago existe una y de ahí su nombre. Esta “rueda” era bastante famosa en el tiempo de mi niñez y adolescencia. En mi caso, tenía bastante temor a subirme y quedarme atorada en su parte más alta. Con el tiempo le he ido perdiendo el temor a esa sensación de “no control” que obviamente se pierde al emprender el osado viaje.
La tarde fría de invierno invitaba a quedarnos más tiempo dentro del restaurante el cual nos cobijó por largo tiempo; su cálida chimenea nos seducía a continuar con la charla que resultó muy amena al abocarnos en la historia de esta ciudad que recorría por primera vez.
El día caía y las luces del Puerto Nacional (National Harbor) se encendían tímidamente, el gigantesco árbol de Navidad impresionaba con cientos de luces verdes y rojas, a lo lejos la Rueda Capital (Capital Wheel) llamaba nuestra atención poderosamente por su altura(180 pies) por estar ubicada a lo largo del extenso río Potomac y por girar justo en el paseo marítimo.
Nos subimos a uno de sus 42 vagones de góndola (cuentan con temperatura controlada) y desde ahí observamos a lo lejos algunos monumentos de las ciudades de Virginia, Alexandría y D.C.
Qué lindo fue tener la sensación de ‘flotar’ en el aire, girar y dar vueltas recorriendo con la mirada lugares escénicos llenos de buena energía y vibrar con esa magia tan única y especial que posee la época navideña.